jueves

Doña Isabel



Doña Isabel era una ascensorista de un  edificio de juzgados
en Bogotá que usualmente estaba congestionado de visitantes,
los cuales, asustados, perdidos, molestos, afanados o simplemente
apáticos, esperaban atiborrarse en uno de los viejos ascensores.

Cuando se abría la puerta, la multitud que salía
empujaba a la que quería entrar,
armando un caos que se repetía en casi todos los pisos;
además del calor y los olores concentrados en el elevador.


A pesar de esto doña Isabel cuidaba su máquina como si fuera la más
fina y valiosa.
Cada mañana, ella brillaba las partes metálicas y la aseaba
lo mejor posible.


De todas maneras andaba sonriente y entusiasta,
saludaba y despedía al abrir las puertas,
disfrutaba sorprendiendo a sus viajeros frecuentes
al recordar sus nombres,
hacía bromas para que la gente sonriera,
y respondía de buena gana a toda clase de preguntas.
Aparte de eso vendía papel oficial,
sellos de correo, y en sus pocos ratos
libres le encantaba tejer .

Un día alguien le preguntó cómo podía permanecer
tan contenta en esa clase de trabajo incómodo,
rutinario y mal pagado.

A lo que ella contestó:

- Muchas personas creen que yo actúo así por la gente,
pero en realidad lo hago por mí.
Cuando trato bien a mis pasajeros me siento satisfecha,
si los ayudo, la mayoría me trata bien y me aprecia.

- Sé que mi trabajo me demanda mucho tiempo
-continuó-  me preocupo y trato de hacerlo bien
 porque paso muchas horas de mi vida aquí
y si lo hago bien, me voy a sentir útil y mejor o sea que me estoy cuidando a mi misma, también.


- ¿Y todos los otros ascensoristas piensan así? -le preguntaron-.

- No, -respondió-, algunos de mis compañeros piensan
que su tiempo de trabajo no les pertenece a ellos.
Dicen que es el tiempo de la empresa.
Parecen ausentes, es como si murieran a las ocho de la mañana y
resucitaran a las seis de la tarde.
Suponen que trabajando de mala gana van a maltratar al jefe
o a otros, cuando en realidad los que se maltratan son ello porque se trata
de sus vidas, algo que nunca van a recuperar.


Doña Isabel es de aquellas personas que saben que todos los días pueden ser distintos y únicos si se esfuerza en hacer  lo mejor posible las cosas que son pequeñas y comunes,  de tal manera que parezcan extraordinarias.
Las actividades y las personas nos dejan de interesar si  no le dedicamos tiempo y espacio, se vuelven aburridas,  monótonas y pierden el sentido si  le quitas  corazón a lo que haces.

¿Cómo podríamos hacer más interesante, más extraordinaria las cosas cotidianas de la vida?

10 comentarios:

Ligia dijo...

Muy buena la actitud de Doña Isabel. Nosotros mismos somos los que conducimos nuestra vida para que sea mejor... o no. Abrazos

Anónimo dijo...

Bom dia Rayén
E quanto mais amor dedicamos ao nosso labor menos enfadonho ele se torna e carga deixa de ser um fardo e propicia prazer na execução da tarefa. Parabéns pelo belíssimo conto. Lindo final de semana
Beijos

Armando dijo...

Muy buena y exacta la filosofía de Dña. Isabel.
Feliz fin de semana, Rayén.
Un abrazo.

mjesus dijo...

Doña Isabel tenia su razon, no todos les puede parecer logico, pero para ella si
un abrazo

Abril dijo...

¡Oh! que relato tan maravilloso y que lindo mensaje me gusta me gusta! me alegraste la mañana. love and rockets Abril

GARDENIA dijo...

Da gusto saber que existen personas asi. lindo relato
Besos

Marisa dijo...

Hacer con alegría nuestro trabajo
es contribuír a nuestra felicidad. Doña Isabel tenía mucha razon.
En los tiempos que corren es difícil ser feliz, cómo serlo si
no encuentras trabajo.

Mil besos





Jose Ramon Santana Vazquez dijo...

En estos tiempos tan complicados,siempre hay que esforzarse en hacer bien nuestro trabajo, querida amiga siempre es bello leerte.Un abrazo.J.R.

Elda dijo...

Pues haciendo lo que esta maravillosa ascensorista.
Rayen, me ha gustado muchísimo este relato que sin ninguna duda sirve de reflexión para darnos cuenta de lo bonito que es trabajar con esa actitud y lo aprovechable que son las horas si lo haces con agrado.
Realmente me ha encantado lo que he leído.
Te felicito y te dejo besos y gracias.

Ernesto. dijo...

Me ha encantado leer este relato de buen hacer, simple y natural por otra parte, pues es la dinámica que siempre empleé en mi último trabajo. En este caso por cuenta ajena.

Y muy cierto eso de que algunos mueren a las 8 de la mañana y resucitan a las 6 de la tarde. O los lunes, para vivir de nuevo los viernes.

Como cierto es que, por creer que se daña otros, algunos enfocan sus vidas inadecuadamente.

De nuevo un abrazo, Rayén.